Basta mirar alrededor, en cualquier momento, en cualquier lugar, para notar cómo la tecnología se halla omnipresente en nuestras vidas. Celular, MP3, netbooks, computadoras, los diversos aparatitos son, de alguna forma, la punta de un iceberg de cambios tan interiorizados, que a veces cuesta identificarlos.
De la mano de este estallido tecnológico, hoy convertido en vorágine de reemplazos, surgimientos, combinaciones y desplazamientos, diversos conceptos han estallado. La virtualidad y el ciberespacio relativizan las nociones de tiempo y; las nuevas condiciones de producción, fuertemente mediadas, los conceptos de texto, lectura, escritura, autor y lector. En la web, forma y contenido se encuentran fuertemente interrelacionados, de modo tal que la escritura va acompañada de otro proceso paralelo de diseño.
El hipertexto es el mejor ejemplo de estas particularidades. Quien lo desarrolla, está creando una arquitectura global que se abre hacia diversos textos otros, nodos de información relacionados a partir de diferentes criterios. Se desmonta así una lectura meramente lineal y se integran, además, diversos contenidos, presentándole al lector (ya sea usuario, navegador o hiperlector, según su grado de participación) una serie de oportunidades, entre ellas: ampliar ideas, buscar nodos relacionados, acceder a otros contenidos y en algunos casos, interactuar con lo producido, modificándolo a gusto. Lo que se ofrece es entonces un rizoma, una estructura descentrada de múltiples sistemas semióticos relacionados, pero independientes entre sí.
La reflexión sobre estos nuevos tipos de producciones abre el debate acerca de lo que posibilitan, pero también de sus peligros. De fondo, pueden entreverse las cuestiones de la democratización de la producción de material web, pero también, el riesgo de la falta de estructuras, de generar laberínticos recorridos sin centro ni criterios. La potencialidad de los hipertextos surge de considerarlos una posibilidad de participación, como así también de relacionarlos a la lógica de pensamiento e incluso de aprendizaje. En este sentido, cualquier lector puede convertirse en escritor también, dar rienda suelta a la imaginación y a la creatividad para encausarlas en un texto que se relacione con los otros de innumerables formas. O, simplemente, recorrer la web guiado por su curiosidad y sus intereses. Pero también es necesario pensar cuán posible es esto: cuántas personas tienen una verdadera posibilidad de acceso a Internet, de relación con sus contenidos y de desarrollo de las capacidades necesarias para convertirse en productores. Qué rol tenemos los docentes en esto, cómo favorecer, cómo achicar la brecha, cómo guiar sin determinar. Cómo brindar herramientas para que un lector no se sienta perdido en la web, inmenso mar a navegar.
Si en la actualidad el estallido de los conceptos permite grandes posibilidades de libertad, creación y re-creación, de fondo se hace necesaria, nuevamente, la educación. Pero una educación que abra las puertas a los cambios, a las nuevas mentalidades e identidades, a las innovadoras formas de gestión que traen los alumnos. Que se mantenga actualizada a partir de una interrelación con los alumnos, pero también a partir de la experiencia de estas nuevas formas de lectura y producción.
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